Por Jonathan Rosenbaum
No le hace
justicia a Shirin llamarla la película más conceptual de toda la obra de
Kiarostami. Pero probablemente no sería una exageración llamarla la más
paradójica. No es la menor de sus paradojas la forma en la que confronta
simultáneamente y desafía el espectro del cine comercial, calificando a la vez
como su película más tradicional y más experimental. Al concentrarse casi
exclusivamente en la ficción de mujeres viendo una película comercial que podemos
escuchar pero nunca ver –una película que de hecho no existe, excepto por su elaborada
banda de sonido– uno podría incluso decir que Kiarostami, un cineasta experimental, no-comercial par excellence, está
perversamente concediendo al deseo de sus fans y amigos que lo han instado por
años a hacer una película más “accesible” con una trama coherente, una música
convencional, y actores conocidos.
Lo que es
perverso de todo esto es que la trama en cuestión, elaborada a partir de una
épica tradicional, un romance medieval ampliamente conocido en Irán, pertenece
a una película invisible e imaginaria cuyos espectadores en pantalla son
precisamente esos actores conocidos. (Tanto hombres como mujeres comprende este
público imaginario de 110 individuos, pese a que los únicos espectadores
mostrados en primeros planos son mujeres). Sin embargo, a pesar del uso de una
trama convencional y música y actores conocidos, ninguna de las usuales reglas
comerciales para películas comerciales se cumple. No obstante, es una cuestión
de orgullo justificable que Kiarostami se las arregla para engañarnos con su
ilusión usando virtualmente todas las habilidades de un director comercial
tradicional. Incluso si no somos espectadores iraníes, no familiarizados ni con
la trama ni con los actores (excepto Juliette Binoche, la única europea en el
grupo), somos esencialmente llevados adentro por todos los complicados trucos
empleados. Aceptamos que estos espectadores están en una sala de cine cuando
Kiarostami está de hecho filmándolos todos por separado, en pequeños grupos en su
propio living. Y aceptamos que están respondiendo a una película real incluso a
pesar de que la banda de sonido de la película imaginaria fue creada después.
Así que Kiarostami nos muestra perversamente que puede elaborar una película
comercial en forma tan competente como cualquiera, incluso si usa toda esa
competencia para subvertir nuestras expectativas.
No tenemos que
tener ninguna familiaridad con el poema medieval de Nezami Ganjavi (1141-1209),
Khosrow y Shirin, en el que está
basada la película imaginaria –una historia construida alrededor de un
triángulo amoroso que involucra a una princesa (la heroína del título), un
príncipe que se vuelve rey (Khosrow), y un artista (un albañil llamado Farhad)– para apreciar la universalidad de la experiencia de la película descrita. Como
para probar este punto, Kiarostami hizo un sketch preliminar de tres minutos y
medio para esta película, Where is my
Romeo?, hecho para el festival de Cannes en 2007, usando la misma o una muy
similar secuencia pero con una banda de sonido de una película ya existente,
y una occidental, Romeo y Julieta de
Franco Zeffirelli (1968).
La relación de
Kiarostami con el cine comercial fue siempre más bien especial, porque disfrutó
el lujo de desarrollarse como realizador con una relativa independencia
respecto de las normas usuales comerciales. Habiendo trabajado en los ’60 como
artista gráfico –primero como diseñador de portadas de libros y posters, luego como
creador/diseñador de comerciales y créditos de secuencias en las películas de
otros– ya tenía casi treinta cuando el dueño de la agencia de publicidad en la
que trabajaba, que también dirigía el Kanun del estado (el Centro para el
Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes Adultos, fundado por la mujer del
shah), lo invitó a colaborar en el establecimiento de una unidad de organización
para la filmación. Y en las dos décadas siguientes, casi la totalidad de la veintena
de películas de Kiarostami fueron películas educacionales apoyadas por el estado hechas para
esa unidad.
Fue sólo hacia
el final de este período, cuando Kiarostami hizo su película más influyente, Primer plano (1990) –su primera película de
Kanun que se concentraba en adultos totalmente desarrollados, un curioso
docudrama acerca del arresto y el juicio de un pobre hombre que fue atrapado
haciéndose pasar por un cineasta famoso, Mohsen Makhmalbaf– que empezó a irse
alejando de la agenda de Kanun. Pero para entonces ya había desarrollado una especie de forma de
filmar alegremente engañosa que le serviría bien en sus proyectos subsiguientes,
parte de los cuales implicaban convertir actores no profesionales en actores,
en su mayoría niños y jóvenes adultos, a través de diversas artimañas de persuasión.
(Antes de Shirin, la única vez que Kiarostami usó un actor profesional fue cuando
empleó a Mohammad-Ali Keshavarz como el director en A través de los olivos de 1994).
Para delinear
los procesos que eventualmente condujeron a Shirin –que casi (pero no del todo) convierte a todos sus
actores en no actores– podría argüirse que una parte importante de su
metodología consiste en tratar a sus actores y espectadores como niños, trayendo
varias versiones de sus artimañas para influir en otros temas adultos. (Uno
podría argüir, de hecho, que el arte de tratar a los espectadores como niños es
muy parecido, en términos generales, al arte de Hollywood. Si Hollywood como
institución estaba originariamente empeñaao en entretener más que a niños, ha
recaído más y más, a través de los años, en tratar a los espectadores adultos
como si todos fueran niños en el corazón, en términos tanto de estilo como de
contenido, al menos cuando se trata de acción y aventuras, grandes estrenos de
verano, y similares.) Característicamente, esto usualmente implicaba trabajar
sin un guion fijo –en muchos casos generando un diálogo que era espontáneo,
hablando a sus actores fuera de la pantalla y consiguiendo que respondan.
En Primer plano, Kiarostami ejerció sus métodos
de persuasión en todos sus actores, convenciéndolos de interpretarse a sí
mismos recreando el crimen, arresto y jucio de Hossein Sabzian. También filmó
su encuentro inicial con Sabzian en prisión, pero más ambiguamente, convenció a
sus participantes de ir más allá de la recreación cuando puso en escena algunos
eventos –el más notable, un encuentro entre Sabzian y Mohsen Makhmalbaf– que no
habían ocurrido previamente, y alteró varios otros detalles con la cooperación
de su elenco para los propósitos de la película. En El sabor de la cereza, que en gran parte consiste en diálogos entre
un conductor (Homayoun Ershadi, que también aparece como extra en Shirin) y varios pasajeros sentados a su
lado, Kiarostami filmó al conductor y a los pasajeros en sesiones separadas de
filmación, cada vez ocupando el asiento de al lado él mismo, de forma que los
conductores y los pasajeros nunca se conocieron en realidad. Su método era o
bien para provocar varias respuestas a sus propias acciones por parte de los
pasajeros, o bien para conseguir que Ershadi repitiera sus propias líneas. Lo
que surgió de todo esto –parecido al famoso experimento de Kuleshow mediante
el cual se crean varias ficciones a través de la yuxtaposición de planos
anteriormente no relacionados– era una forma de engañar tanto a los actores
como a los espectadores, persuadiendo a todos de colaboraciones creativas para la
creación de varias ficciones que tenían la apariencia de documentales. Y
variaciones de estas mismas técnicas fueron usadas en Y el viento nos llevará (1999).
Shirin
construye sus propias ilusiones de una manera relacionada, pese a que esta vez –como
Hamideh Razavi muestra en su muy instructivo “making off” documental, Taste of Shirin– Kiarostami la mayor
parte de las veces dirige a sus actores como
actores, ya se trate de las actrices en pantalla que fingen ser espectadoras en
su living o de otros actores grabando sus voces en un estudio de sonido para la
película imaginaria. A veces ofrece simples instrucciones mecánicas (“Ahora, mueve
tus ojos a la izquierda, de nuevo a la derecha”, “¿Puedes tener un tono más
interrogativo?”). Pero en otras ocasiones o bien les pide a sus actores reducir
la intensidad de su actuación (en su living, “¡Que sonrían tus ojos, no tus
labios!”, y, en el estudio de sonido, pidiéndole a una actriz que limite sus
emociones hasta el final de su discurso) o bien vuelve a su vieja técnica de
producir espontáneas, involuntarias reacciones (por ejemplo, cuando de repente patea
una película vacía en el piso de su living para causar que una actriz se
estremezca) –el mismo tipo de cosa que hizo con actores no profesionales en sus
películas anteriores.
Por toda
su experimentación, Kiarostami como director estuvo siempre interesado en usar
el cine para crear experiencias primarias en las que nuestra imaginación es un
elemento vital en su caja de herramientas. Recuerdo una de esas experiencias
cuando una vez tuve el privilegio de pasar algún tiempo en el mismo living
donde después sería filmada Shirin,
con varios otros visitantes, durante el festival de cine de Fajr en 2001. Fue
allí que él nos ofreció una especie de representación teatral de algunas de sus
recientes fotografías de paisajes, exhibidas en sucesión con el acompañamiento
de Bach en su estéreo.
Durante
la misma visita, descubrí una de sus tempranas pinturas colgando en la pared –una
pintura que, a la distancia, parecía ser una de esas fotografías. Esto me
recordó de algo que él dijo en una entrevista el año anterior: “Personalmente,
no puedo definir la diferencia entre un documental y una película de ficción”.
Así que incluso Shirin, que puede ser descrita como la más ficcional de todas
sus películas de ficción, es en última instancia tan documental como las otras,
con nuestros propios reflejos y emociones como espectadores funcionando como
una parte esencial de su tema.
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