The wayward cloud, Tsai Ming-Liang, Taiwán/Francia, 2005 (114 min.) + The skywalk is gone, Tsai Ming-Liang, Taiwán/Francia, 2002 (25 min.)
Sinopsis
En un tiempo de fuerte escasez de agua, los espacios televisivos se dedican a instruir acerca de los diversos métodos para ahorrarla al tiempo que promueven la ingestión de jugo de sandía en su lugar. Sin embargo, todo el mundo tiene sus propias soluciones cuando se trata de encontrar agua. Shiang-chyi (Chen Shiang-chyi) coge botellas vacías y las llena con agua robada de los baños públicos; mientras tanto, Hsiao-kang (Lee Kang-sheng), ahora actor pornográfico, trepa al tejado en plena noche para bañarse con el agua que pueda lograr en los depósitos. La supervivencia es dura, pero todavía lo es más soportar la soledad. Cada uno de nosotros es una nube silente, que pende solitaria sin jamás tocar a los otros. Cierto día, Shiang-chyi halla una sandía y más tarde se encuentra a Hsiao-kang en el parque. Ella recuerda que le había comprado un reloj de pulsera. No le había visto desde aquella transacción, y se pregunta qué está haciendo en su inmueble. Se enamoran. ¿Qué forma adoptan dos nubes una vez que se funden?
Comentario de Diego Trerotola:
Tsai vuelve a jugar con la insolencia como experiencia sublime, con ese ojo sin párpados en el que se expone el infinito y más allá en planos de perspectivas imposibles pero reales. Y con una sintaxis calidoscópica puso su cine a girar: un musical pomo es la autoparodia de sus vicios autorales, de su visión de Taipei, pero también es un melodrama sedado en el que lujuria y tristeza son pócimas hipnóticas. Toda la droga que un ojo tolera sin que las lágrimas (en ese final más perplejamente triste del mundo) lleguen a aguar la fiesta de la belleza descentrada.
***
Un apocalipsis que llega con sandías
Por Luciano Monteagudo
Con La nube errante, un film que no se parece a nadie ni a nada que no sea su propia obra, el malayo-taiwanés Tsai Ming-liang vuelve a demostrar que es uno de los autores más originales del cine contemporáneo. Es más, se diría que su cine no se reconoce en ninguna tradición cinematográfica específica y que aun si se quisiera imponer alguna línea de pertenencia –la geometría urbana de Antonioni, por ejemplo– sería una traducción hasta cierto punto lógica pero forzada, que el propio director rechazaría. Por
otra parte, aunque Tsai trabaja una materia esencialmente cinematográfica –su
cine prescinde casi por completo de diálogos, como en este caso–, son otros
mundos a los que lleva asociar su obra: la absurda desolación de Samuel Beckett
o los cuerpos suspendidos en el espacio de Pina Bausch, por ejemplo.
Como
en esos creadores, en Tsai no hay una voluntad narrativa aristotélica, sino más
bien un trabajo de orden conceptual: ideas que son disparadoras de otras ideas,
significados nuevos o insólitos que afloran a partir de la utilización anómala
de objetos de uso común. La riqueza y la singularidad del cine de Tsai tienen que ver
también con su registro múltiple: en su cine hay simultáneamente desesperación
y humor, desamparo y erotismo, nihilismo y una inclaudicable vitalidad. Habría
que remontarse a Vive l’Amour (1994) o a El río (1996) para encontrar un final
más terrible, más angustiante que el de La nube errante, una película
paradójicamente plena de gracia, con media docena de números musicales
espectaculares, de una deliberada estética kitsch, un poco a la manera de The
Hole (1998), con los actores haciendo evidente playback sobre unas canciones
pop orientales de los primeros años ’60.
Y si en The Hole –que parece su film en espejo– llovía permanentemente, como si fuera el diluvio final, aquí, por el contrario, el agua escasea: el calor es agobiante y las canillas están permanentemente secas. Y cuando se consigue algo de agua –robándola si es necesario– hay que acumularla como sea, en cientos de botellas plásticas, que son un poco el leitmotiv, los juguetes de la película. Es que el mundo de Tsai Ming-liang es siempre único, el mismo: apocalíptico, sin palabras y plagado de elementos y acciones sorprendentes, como cuando aquí una gigantesca sandía se convierte en un prodigioso sucedáneo sexual.
¿Personajes? Apenas tres: una carnosa actriz porno; su silencioso partenaire (Lee Kang-sheng, protagonista de todos los films de Tsai) y una mujer triste y solitaria, que anda siempre a cuestas con una valija que nunca consigue abrir. Los tres comparten un edificio de departamentos que parecería deshabitado si no fuera porque tarde o temprano se terminan cruzando en un ascensor ominoso o en unos pasillos vacíos e interminables. Contrariamente a esta escasez de elementos, hay una cantidad de ideas, una imaginación visual en el cine de Tsai que no necesita de grandes despliegues, a pesar de que aquí se permite esos multitudinarios números de canto y baile, deliberadamente trash. A la manera de los viejos musicales, esos son los momentos de ensueño –hasta el viejo líder Chang Kai-shek, fosilizado en el bronce, se merece uno– que contrastan con la triste realidad, esa que Tsai resuelve con unos pocos planos, tan austeros como inconfundibles. Mientras la mayoría de sus colegas hace cada vez más televisión en pantalla grande, Tsai es uno de los pocos que no sólo piensa en términos de cine, sino que constantemente busca ampliar sus posibilidades.
Jugo de fruta en palito
Por Nazareno Brega
Tsai Ming-liang en Editions Dis Voir: Tsai Ming-liang, de Olivier Joyard, Jean-Pierre Rehm y Danièle Revière (1999).
Tsai Ming-liang siempre
fue un cineasta polémico y radical (miren si no la relación entre padre e hijo
en El río, y relación no significa aquí “cómo se llevan”), pero
su cine jamás llegó al extremo de La nube errante. [...]
[…] La dicotomía cinematográfica
que plantea Tsai en La nube errante entre los géneros pornográfico y musical
exige los planos largos a los gritos. Tsai opone el musical, genero por excelencia
del artificio absoluto, donde los personajes le cantan al espectador sus fantasías
y sentimientos, a la realidad irreducible de la pornografía, donde la veracidad
del sexo es ontológica al género. Juanma Domínguez les cuenta acá al lado [esta
nota y la subsiguiente están extraídas de El
amante] sobre la relación obsesiva que une a Tsai con el Truffaut de Los
400 golpes. De ahí a Bazin hay un pasito nomás: Truffaut le dedicó el debut
a su recién fallecido maestro, cuya enseñanza más famosa habla del realismo inherente
al plano secuencia. Esta vez el porno como género imponía la necesidad de apelar
a esos planos interminables que de tan estáticos transforman la pantalla en una
especie de lienzo.
Es curioso cómo Tsai
utiliza ese realismo del plano secuencia. Así como el director aprovecha, para darle
un tono distópico e inverosímil a la película, algunos informes televisivos de
noticieros reales sobre las bondades de las sandías durante la sequía en Taipei,
también explota el plano secuencia para desnaturalizar el sexo, exponer su martingala
y mostrarlo como robóticos golpes de panza. La incomunicación entre los personajes
es axiomática en el cine de Tsai, pero esta vez ¡ni cogiendo pueden comunicarse!
La metáfora de Tsai sobre el agua y el amor es devastadora en una Taipei desecada.
Tsai manda fruta en La nube errante y hace otra alusión, fascinante desde
lo audiovisual y descrita con precisión también por el compañero Domínguez, entre
la sandía y el sexo. En la tele bien dicen que, como sabe cualquier treintañero
solterón acostumbrado a salir a bolichear, ante la falta de agua, buenas son las
sandías, fruto noble, jugoso, húmedo y fresco si los hay.
El changuero Hsiao-Kang
dejó de vender relojes para volverse un actor porno y por eso es que rechaza dos
veces consecutivas los vasos refrescantes de jugo de sandía que le ofrece Shiang-chyi.
Tanto polvo no ensució su inocencia: con Shíang-chyi, él quiere agüita sí o sí,
nada de sólo sandía. Pero “la guasca es la nueva agua en La nube errante”, bien asegura Keith Uhlich en
el webzine de cine y música Slant Magazine, y Hsiao-Kang le da todo
su amor a Shiang-chyi en un final memorable, en el que la comunión entre dos seres
humanos en una película de Tsai por fin se hizo posible. La escena encuentra a Hsiao-Kang
trabajando, mientras Shiang-chyi lo espía por una claraboya del otro lado del
muro. El realismo del porno ya desapareció en acción con los planos secuencia de
Tsai, y en ese momento la pornografía se vuelve tan artificial que a la partenaire de Hsiao-Kang hay que levantarle
y sostenerle las piernas para que la penetren porque está comatosa o muerta. Shiang-chyi
busca acercarse a él, aun desde el otro lado del muro, y gime escondida haciendo
el doblaje de la actriz porno inconsciente. Comienza la verdadera comunicación entre
ellos mientras todavía los separa una pared, que él va a atravesar de una manera
tan gráfica como para matar de un infarto a aquel sutil Frank Capra que les permitió
a Clark Gable y Claudette Colbert derribar “los muros de Jericó" en Lo
que sucedió aquella noche. Esta última escena, extrema como ninguna otra
en la filmografía de Tsai, da sus frutos cuando Shiang-chyi encuentra de golpe
y porrazo la conjunción entre el amor y el sexo. O mejor todavía, para usar un eufemismo
que se caía de maduro en la línea de las metáforas de Tsai, come jugo de fruta
en palito, y deja al espectador helado.
Quiero llenarte de mí
Por Juan Manuel Domínguez
“Quiero flotar en cada
beso entre las nubes/y contemplarte en tu
adorable juventud/luego pintarte con luz
del arco iris/y hacer un cuadro de amor
y gratitud. Quiero llenarme de ti/
quiero poderte encontrar/entre la naturaleza/y mi vieja tristeza
poder olvidar.”
Quiero llenarme de ti, Sandro
En la última secuencia del corto The
Skywalk is Gone, puente colgante entre la aquí editada en
DVD ¿Y allí qué hora es? y la ahora estrenada en DVD La
nube errante, el malayo mascarón de proa de la “nueva ola del
cine taiwanés” Tsai Ming-liang mostraba a su Antoine Doinel, Hsiao Kang (desde
la ópera prima Rebeldes del Dios Neón, siempre tatuado en
la piel del Jean-Pierre Léaud del director, Lee Kang-sheng) participando
de un casting para ser actor pornográfico. Después de The Skywalk
is Gone y del cazafantasmas y tetero homenaje a un clásico de las
artes marciales (Goodbye, Dragon Inn), la segunda secuencia
de La nube errante consiste en Hsiao Kang acercándose,
agazapado en un guardapolvo tan artificialmente blanco como el onírico
cuarto donde se encuentra, hacia una mujer tendida de piernas abiertas y
desnudas. Traicionando a la biología y a la pornografía bobaliconamente
expositiva de 9 canciones o Shortbus, la
entrepierna femenina está representada por una sandía cortada al medio.
Lejos de quedarse estacionado en esa imagen con altas
posibilidades de volverse infinita en la historia del cine, Tsai sacrifica
la estampita, cancela el sexo oral y permite que el dedo de Hsiao Kang (y
el audio exacerbado de la penetración, realzando la textura de la
fruta) rompa la quietud de la imagen y la secuencia evolucione a “una de
sexo” tan hipnótica como absurda (la cáscara de la sandía usada como casco
que al caer y generar una risa cómplice en la actriz deja a la vista
cierto espacio creado por el director para la improvisación). La misma
función que cumple el dedo de Hsiao Kang, la de quebrar el clima creado para
–silenciador mediante– disparar la lógica y la extrañeza a la estratósfera
(sobre todo en el marco dado por los planos nacidos para ser tiempo real
que caracterizan a Tsai), es llevada a cabo en toda la superficie de La
nube errante por la intromisión de una serie de secuencias
musicales. En la prepotencia chillona con que se mechan los musicales
fuera de borda (pero que respetan en su construcción harto kitsch los
límites del género) en ese mundo donde el método de hidratación más
económico es la sandía y donde Hsiao actor porno y Shiang-chyi dueña de
una valija que nunca se abre se reencuentran después de ¿Y allí
que hora es?, Tsai Ming-liang logra aumentar el peso especifico
de cada escena. El musical en que tres mujeres orientales se frotan contra
una estatua del líder taiwanés Chiang Kai-shek, dándole cuerpo (y flores
de papel crêpe, aj) a la noñez de la melodía sobre la que se
hace playback (en casi todos lo números su utilizan canciones de los
cincuenta y sesenta, pero cuya ridiculez era intencional ya en su época de origen;
Tsai no busca mofarse, sino extrapolar y conectar), es amplificado de
sentido en una imagen posterior: un plano picado que muestra desde atrás
el bronce antes idolatrado musicalmente. Una imagen que realza en
contraste con el anterior absurdo de buscar una relación con una efigie,
la soledad tremenda de ser historia (de no saber qué hora es allí) y lo humano
del impulso sexual de Hsiao y Shiang-chyi. Lo mismo sucede con el musical
en el baño, con Hsiao disfrazado (muy precariamente, a la “viaje de egresados”)
de poronga y revoleando sus testículos contra dos docenas de bailarinas: la
violencia sardónica del pene gigante y plástico muta, en la salvaje secuencia
final, en violencia demasiado concreta y enamorada, en Hsiao explotando en la
desprevenida y –hasta ese momento de la filmación de la película porno, al
menos físicamente– ajena al asunto boca de Shiang-chyi. La superposición entre
musical, un género con el que Tsai había coqueteado en The Hole) y,
digamos, realidad (carente de canciones y dueña de un registro seco de gemidos,
ollas cayendo o pasos de Hsiao caminando por la pared de uno de esos pasillos
eternos), o el uso de un humor físico que pinta de negro (las hormigas en la
actriz porno) o rosa (la cacería de cangrejos) cada situación, permite ver la
capacidad del director de crear un mundo de sensaciones a partir de una serie
ínfima de objetos (sandías, paraguas, botellas de agua). Ahí están esos fideos
en llamas o esa escena de siesta en la plaza para demostrar que desde una
supuesta levedad y la plena conciencia de su estilo (y sus límites), Tsai
Ming-liang puede cargar los usos tradicionales de tal o cual cosa (el cine
dentro del cine, en el caso de las filmaciones pornográficas realizadas en la
película o el registro explícito de los actos sexuales) para obtener algo
nuevo, que parece una nube (por su carga eléctrica, por su ligereza) pero, no
hay dudas, es cine tan redondo, rojo e hidratante como una sandía.
Hay que salir del agujero interior
Por Daniela Vilaboa
La nube errante (The wayward cloud),
la película de Tsai Ming Liang que la distribuidora independiente 791 Cine
estrena en las salas en estos días, resume ya desde su título gran parte de lo
que ocurre en el film. Esta vez no es la lluvia el elemento distorsionador del
orden, sino la sequía que asola a Taiwán y que produce como consecuencia
inmediata la escasez de agua, y como mediata una superproducción de sandías,
que vienen a sustituir al agua en la desesperada búsqueda de los habitantes de
Taipei por aplacar su sed de alguna manera.
Tsai Ming-Liang juega en esta oportunidad a
invertir algunos conceptos ya trabajados en sus películas anteriores, pero los
direcciona en el mismo sentido. La historia de La nube errante gira alrededor de un mínimo nudo
dramático, como siempre en sus films. Lee Kang-sheng es ahora un actor de
películas porno clase B, que descubre que en el edificio en donde trabaja vive
una joven a quien él le había vendido un reloj cuando interpretaba a un
vendedor ambulante en otro film de Tsai Ming-Liang. Este guiño a los seguidores
de la filmografía del director ya nos está delineando el grado de
autoconciencia que posee la película. Luego de reconocerse, ambos personajes
comienzan una relación de un erotismo bastante precario, comparten algunos
momentos lúdicos y otros de gran abulia, hasta que un día la joven encuentra en
el ascensor el cuerpo inerte de una mujer, que luego descubre que es la actriz
con la que su amigo compartía las escenas de sexo de las películas que
protagonizaba, oficio que ella –por su parte– desconocía que él ejercía. El
film está estructurado alrededor de cinco números musicales que irrumpen en el
medio de la trama y generan un corte abrupto con el tono general de la
historia. Tal como ocurría en El agujero, en donde los números musicales
basados en las canciones de Grace Chang eran la evocación de una época dorada
del cine de Oriente, en La
nube errante Tsai Ming-Liang
vuelve a intentar responderse a la pregunta acerca de cómo encontrar una salida
de un panorama tan desolador. La respuesta la halla en esas coreografías
insólitas y desmesuradas, los únicos momentos tranquilizadores de sus films.
Esas representaciones artificiales de la felicidad se erigen como la expresión
de una idea más amplia: que el cine puede ser un gran reservorio de belleza y
tranquilidad, un hábil antídoto para alejar la peste de la contemporaneidad. Un
concepto que el realizador ya había expuesto en Good Bye, Dragon Inn, en donde
el cine se convertía en el espacio simbólico de un imaginario que se resiste a
desaparecer.
La escena final de La nube errante, que es la suma
de dos representaciones, la del acto sexual y la de la muerte, es quizás
la escena más sórdida y feroz de todas sus películas. Aún pese a ello, su
último plano permite pensar que quizás sea posible establecer algún lazo más
firme con el Otro para poder sobrevivir en este agujero oscuro en donde todos
habitamos.
Tsai y el cine mutante
Por Oscar Alberto Cuervo
El devenir de los fideos mutantes en La nube errante es la
insignia de todo el cine de Tsai: la luz natural, la ética estricta de un
montaje que no se permite jamás anticipar el proceso por el cual algo ha de
mostrarse, las precauciones acerca de los diálogos, la confianza en la
elocuencia de la imagen y aún en la elocuencia del fuera de campo.
Esto está ahora para mí muy claro, por
eso vuelvo siempre al plano final de El río: ahí ya estaba todo.
Después del tremendo encuentro de Hsiao Kang con su padre, todo hacía prever un
desenlace fatal: el arte occidental por mucho menos haría que Hsiao se arranque
los ojos o se arroje al vacío desde el balcón. Interminables segundos nos
llevaría descubrir que no, que Hsiao estaba aún ahí y que no se iba a tirar.
Desde ese momento, todo el potencial trágico de la fábula muta en una comicidad
que empieza a quedar patente cuando se ve El río por segunda y
más aún por tercera vez.
Hablar de la comicidad de aquella
película parecía osado en aquel momento, por ser tan lúgubre su tonalidad
dominante. Pero a la altura de La nube errante, la dupla Tsai / Lee
Kang-sheng ha destapado su capacidad cómica: La nube... está
plagada de momentos graciosos. Para encontrar sus precursores ya no cabe hablar
de Antonioni, de Bresson o de Ozu: parece más apropiado pensar en Harold Lloyd,
en Keaton o en el propio Chaplin. Hsiao Kang tirando en una maceta el jugo de
sandía mientras finge secarse la boca con satisfacción, o el equipo del
filmación en pleno buscando la tapita de la botella perdida en la vagina de la
actriz porno: momentos de pura gracia, que hacen de La nube errante un
ejemplo de slapstick siglo XXI.
Hay sequía en la comarca: si en las películas anteriores de Tsai y Lee las
aguas contaminadas, las cucarachas y la lluvia torrencial fueron signos de un
estado de catástrofe ingobernable, desde el cortometraje The skywalk is
gone (antecedente inmediato de La nube...) Taipei
sufre una sequía que trastorna los vínculos humanos. La mutación que amenazaba
veladamente en El río y en The hole termina
por concretarse: a cierta altura La nube errante muta en un
musical, cuando del tanque de agua emerge Hsiao Kang convertido en mutante, con
el cuerpo escamado de lentejuelas verdes y azules. En esa condición le canta su
amor a una esquiva luna. De mutaciones se trata: el amor nos vuelve mutantes.
El muchacho extremadamente serio que vimos en las películas anteriores muta en
un gracioso cantante y bailarín.
Y el cine de Tsai muta en algo difícil
de prever, pero lleno de
promesas: si alguien ha pensado que el malestar es la
sensación más recurrente de este cineasta, una sola escena alcanza para
desmentirlo: Hsiao se enjabona en el tanque que distribuye el agua por todo el
edificio, la espuma viaja a través de las cañerías y unas delicadas pompas de
jabón salen por la canilla del departamento de la chica y hacen plop en su
cuerpo. ¡Oh!
La sandía es un mundo
Por Javier Porta Fouz
1. Con ¿Y allí qué
hora es? (What Time Is It There?, 2001), Tsai Ming-liang había recibido internacionalmente
(palpable en festivales, en la crítica, en ampliadas posibilidades de producción)
el “certificado de madurez” como cineasta. Antes de lanzarse
con un nuevo largometraje, tal vez como para ganar tiempo de
manera elegante –o para seguir rumiando el dolor por la pérdida de su
padre–, realizó The Skywalk Is Gone, un corto que continuaba,
con gracia y maestría, ¿Y allí qué hora es? Cuando decidió por fin
enfrentar los reflectores que el mundo del cine había puesto
sobre él, hizo la que para varios de sus seguidores fue una película en
la que apenas re-expuso su estilo, apeló a la nostalgia del cine
y no dio el gran salto. Goodbye, Dragon Inn era sin dudas una película
sólida, lo que algunos no veíamos era esa confianza, esa
prestancia para demostrar “en la cancha” el indudable talento.
Sin osadía, Maradona jamás hubiera hecho el segundo gol a Inglaterra.
En Goodbye, Dragon Inn, Tsai se mostraba, creo yo,
adormecido, aletargado. Pero valió la pena esperar The Wayward Cloud o,
en otras palabras más torpes, un film equivalente a la liberación
de uno de los talentos más lujosos e inteligentes del cine actual.
2. En The Wayward
Cloud, Tsai toma aspectos de su filmografía previa y los tensa, los hace jugar
ya no en el territorio exclusivo de su inconfundible estilo, sino que explota y
aprovecha como nunca antes la combinación de ese estilo con el mundo exterior y
con personajes sólidos, procedimiento que le había dado sus mejores resultados
hasta la fecha (Vive l'amour, The Hole, ¿Y allí qué hora es?). Los
musicales de The Hole son llevados aquí al feliz paroxismo de la
excentricidad y el ritmo, y como ejemplo basta solamente con la coreografía de
los paraguas. (Allí Tsai hasta se permite acelerar el movimiento, casi un guiño
a su estoico respeto por el tiempo real; pero los musicales son territorios con
otras reglas, y por eso Tsai no los integra con el plano anterior y el
siguiente sino que los separa, los aísla. El sentido de la alternancia de los
momentos musicales con los carentes de música se vislumbra en el todo). La
sandía, frutal presencia en Vive l'amour, se vuelve aquí, como nunca
antes, sexo, hidratación, omnipresencia, mundo. La sandía ocupa lugares,
reemplaza con brillo, con verde a rayas y con rojorrosa, con una encantadora prepotencia
que en The Wayward Cloud se traduce en imágenes, en sentidos múltiples, en
un manifiesto por la libertad del cine y por jerarquizar la relación
cineasta-espectador. La película abre con una escena con una sandía “en
lugar de”, una sandía masturbada y a la que se le practica sexo oral. Las
piernas abiertas de la actriz y la sandía abierta en el medio ya constituyen
una de las imágenes perdurables de la década.
3. Algunos dicen que
Tsai se ha convertido en un pornógrafo. Error: no hay en The Wayward Cloud
un solo plano de genitales en detalle aunque, exquisitez de conocedor, sí
hay planos que muestran cómo se hacen esos planos. Tsai muestra rodajes de
pornografía, y esos rodajes son sus escenarios. La pornografía es el trabajo de
Hsiao-kang (Lee Kangsheng), pero no el de Tsai. Tsai hace de la pornografía un
ambiente, un fondo activo, y no la deja ser protagonista pasiva. [...] Tsai logra –en escenarios porno– comedia slapstick de alto vuelo (y en la
bañadera, haciendo jueguito con agua, una de sus marcas de fuego). No conforme con
eso, prepara con ternura, suspenso y emoción la gran secuencia de romance del
final. The Wayward Cloud exhibe a un cineasta para
quien los límites de la puesta en escena no son los mismos que para la mayoría
de los directores de su generación. La inteligencia liberada del Tsai de The Wayward Cloud es la inteligencia del inventor pobre: con algunos pocos
elementos puede armar artefactos geniales. Por ejemplo, los varios planos de “convergencia
de pasillos”, en especial en el que Hsiao-kang está atravesado de pared a pared,
a una altura considerable, mientras la chica está en el otro pasillo. Como
siempre en Tsai, la profundidad de campo, el montaje reducido al mínimo y la
duración potencian el realismo de su propuesta y la patente realidad y
satisfacción de una promesa cumplida.
4. Se dice que Tsai
tenía pensado otro argumento para The Wayward Cloud, y que la defección de
una actriz le hizo cambiar de rumbo. “La nube errante” (una posible traducción
al castellano del título) era errante antes del rodaje, y lo siguió siendo. Lo
errático de “La nube errante” define las oscilaciones del tempo, de los temas, de la
compañía y la soledad, de los cambios sociales a los individuales, del amor, del sexo, del sexo
y del amor, de los pasillos y los espacios abiertos, del agua y de las sandías licuadas.
Tsai dirige y condensa ese universo en mutación y
hace estallar las posibilidades poéticas del cine con una densidad de sentido
que asombra por su abigarramiento y por estar presentada
con una gracia y una sensación de liviandad que sólo pueden ser atribuidas al cerebro
creativo de un verdadero autor en pleno uso de su genio.
5. Una coda: cuando se
me presente la oportunidad de volver a ver la película y de observar otra vez los
planos de la lucha con los cangrejos y de los
fideos dos veces mutantes, tal vez pueda decir algo medianamente analítico sobre
la comida en The Wayward Cloud. Por ahora, mi asombro
de espectador que redescubre el cine con cada nuevo impacto (y vaya sí lo es The Wayward Cloud) sólo me permite agregar: gracias, Tsai.
The Wayward Cloud: verano caliente, verano (fragmentos)
Por Rojo Robles
[…] -Shiang vive una experiencia de shock urbana. El director la retrata como una mujer asustada y perdida que trata de subsanar un vacío en los encuentros con Hsiao. Sus intereses son mínimos y los estados contemplativos/voyeristas a los que sucumbe sugieren una inquietud deseante (una producción fantasiosa de libido que no logra su finalidad).
-Hsiao se ha automatizado en el mundo porno. Es un falo andante que responde amoralmente a las ordenes de un director abusivo. Desde una perspectiva psicoanalítica representa al goce sin más, o sea, el gasto de energía libidinal. Las siestas por la ciudad y sus paseos desazonados lo muestran como un hombre apagado e inexpresivo emocionalmente.
Es con las escenas musicales en que vamos entendiendo el interés genuino de comunicación, contacto e intimidad alegre que se va generando entre los personajes. Ambos quieren ser salvados de su hastío, ambos quieren estar cerca del agua (literal y metafóricamente). Los números musicales que estos mismos actores protagonizan son temas pegajosos que relatan historias de amor y deseo. Tsai juega con una estética camp y con una hilarante sexualidad disfrazada (tetas gigantes, sombreros de penes) para comentar y contrarrestar la otra trama paralela y oscura.
Al término de cada respiro musical Tsai regresa a las patéticas e incomunicadas circunstancias de estos personajes en su intento de conjugar una vida de pareja con el trabajo decadente del actor. Shiang y Hsiao intentan sobrevivir el blues del verano, la ciudad en sequía y una sexualidad viciada. […]
Las estaciones mantienen un protagonismo psíquico en la manera en que somos y representamos el mundo. Tsai Ming-liang utiliza el verano como un factor determinante para mostrar las complicadas relaciones íntimas de esta pareja de personajes recurrente en su cine. Apostando por un surrealismo sexual-musical, Tsai se adentra en los terrenos escabrosos de la fantasía y las producciones fílmicas deseantes. Bajo el intenso verano éstas se muestran secas y agobiadas a más no poder. […]
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